He de confesar una cosa. Tengo una adicción. Me encanta escribir en cuadernos. Sin son de espiral… mejor. Y no. No me da vergüenza. Debe de haber cosas peores. Soy adicto a los cuadernos. ¡Sí señor! ¡Y de colores!
Todo empieza con la tapa. A ver si me sé explicar… Si me motiva y me atrapa mi mente empieza a volar. Imaginad su potencia si desde su balcón un mensaje lleno de fuerza me impulsase a ser mejor.
Es que me sirve de guía, de insignia y recordatorio. Sólo el mensaje en la tapa y siento un extraño jolgorio.
Lo abro, todo limpio, lo cierro. Y pronto lo vuelvo a abrir. Ya no aguanto, boli en ristre y me lanzo a escribir.
¿Me comprenden ahora mejor? En confianza… Cuando lo estrenan ¿sienten nervios como yo?
Cabe tanto en su cuadrícula, auténtica red y soporte para ideas y pensamientos… En ella los acoge, los repeina y los pone un poco en orden. Aún así, admite todo, letra limpia y ejemplar y notas más chapuceras que luego hay que interpretar.
Pero he de dejar de engañarme y lo debo reconocer. ¡Sé que los cuadernos respiran! (lo he dicho…) Aunque no se lo puedan creer. Porque un cuaderno son trocitos, pero no son de papel, sino fragmentos de vida que aún están por suceder.
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